Δευτέρα 11 Φεβρουαρίου 2013

Cuentos griegos






Paralelismo con los “cuentos chinos”. No quiere decir cuentos de origen chino, sino historias fantásticas, heroicas, más bien desconocidas, encantadas y encantadoras, modernas, antiguas, locales, universales. Digo universales, aunque se trata de narraciones basadas en la tradición oral neo- helena, en el sentido más amplio de la palabra, en el único sentido que tiene importancia cuando se narran cuentos, que es responder a los miedos, las esperanzas y esta tan ancestral catarsis moral que impone castigar al malo y ganar el bueno. Hay de todo. Mitología, costumbrismo, magia, monstruos, ricos, pobres, jóvenes, viejos- y viejas, sobre todo viejas- niños, lobos, corderos...

Cuentos pues, y dicho esto no podría faltar aquí una pequeñísima cita de uno de los más grandes narradores y conocedores de nuestra época moderna- tan visual, tan poco oral- de la importancia, la extrañeza y la belleza de los cuentos populares, el gran Eduardo Galeano.


"Le cuento los cuentos; y este libro nace".

Os cuento los cuentos, os los traduzco, y este blog nace.   


Todo el material que encontrarán más abajo es del libro de Ana Agelopoulou, Cuentos de Hijas, escrito en París el marzo de 1990 y publicado por la editorial Estia.  



Libro I

Cuentos de Hijas







Ana Agelopoulou


Traducción: Nancy Angeli





INTRODUCCIÓN



Sobre la génesis, los motivos principales y el carácter mitológico de los cuentos griegos


Los cuentos griegos no corrieron la misma suerte que los mitos de la Grecia clásica, siendo estos últimos, durante siglos, el punto de referencia de reflexiones e investigaciones filológicas. Su presencia rara vez se hace perceptible en el ámbito científico o editorial, ya que existen pocas colecciones. (…)
No obstante, y aunque los cuentos derivan de los mitos- que tiempo atrás eran objetos de fe- contienen elementos imaginarios que se consideran fantásticos. En otras palabras, tradicionalmente contienen una función puramente lúdica, enfocada a la diversión del público. Por otra parte, si los cuentos no reflejaran una visión profundamente mitológica de la vida humana y del mundo, no los encontraríamos con la misma estructura en civilizaciones tan distintas. Y es que antes del desarrollo de la tipografía, o incluso de la escritura, las narraciones populares viajaban de boca en boca manteniendo siempre su forma y su tipología característica, aunque cambiaran de contexto social, clima, idioma o cultura. Es eso precisamente uno de los fenómenos en el estudio sociológico de los cuentos cuya explicación resulta algo espinosa. (…)
Sobre los cuentos surgen desde el principio preguntas fundamentales: ¿De dónde vienen, de una fuente común o de varias? ¿Existían antes de los mitos o se crearon posteriormente? ¿Representan rituales de pueblos primitivos? ¿Nacieron antes o después de tales rituales?
En nuestro siglo, sin embargo, la problemática cambia y los investigadores no se interesan tanto por el origen de los mitos, sino por la forma y la transformación de las narraciones que parecen estar regidas por poderosas leyes universales. Según el ruso folclorista Vladimir Propp, el cuento queda constituido por treinta una funciones inalterables que se basan en una serie de personas, los héroes del cuento. Esa teoría es válida para los llamados cuentos mágicos, o sea, los que se forman mayoritariamente de elementos supranaturales y los que Lévi- Strauss denominó cuentos mitológicos (…)
En el idioma griego esta faceta de carácter mitológico de los cuentos se hace obvia desde la misma palabra παραμύθι que significa “casi mitos”. Así, los cuentos mantienen una relación incierta con los mitos, y son el único género literario que a pesar de su carácter enigmático es capaz de mentir- además pregonándolo- desde el principio hasta el final, tanto que finalmente consigue equipararse con la fábula. Los niños creen en las fábulas. Las viejas también, pero  las personas razonables las rechazan. No obstante, cuando un género narrativo tiene el poder de ejercer una atracción tan fuerte hacia su público, jugando durante siglos con la mentira y la verdad, entonces aborda sin duda los problemas principales del hombre, según sostuvo Max Lüthi.
A diferencia de las tradiciones que narran una historia local y donde sucede normalmente un milagro, la temática del cuento, casi inalterada, representa un vigor universal.  La Bella Durmiente se despierta después de cien años sin que haya cambiado nada en ella, la Infanta Ciega encuentra sus ojos, se los pone y ve mejor. El milagro, cuando sucede, es en definitiva algo absolutamente normal  y el mundo en donde viven los héroes aparece siempre imperecedero (…)
Aunque en los cuentos se hace referencia a personajes muy jóvenes o muy mayores, nunca se describe la vejez con detalles o los sentimientos de los héroes, ni los paisajes. Existen la juventud y la vejez, el amor y el odio, la muchacha bella o fea, el pueblo desolado o en fiesta, pero no existe ninguna descripción realista, ya que sólo podemos imaginar la bestia y no saber cómo es exactamente. 
Así, la imagen del mundo se define con absoluta claridad a través de las contradicciones más extremas. Las características de las personas son tipificadas, ellos no tienen fondo psicológico. Los héroes de los cuentos son bidimensionales, solitarios o huérfanos, emprenden aventuras que incluyen la aparición en escena de varios personajes secundarios que les proporcionan la ayuda necesaria para finalizar su camino de iniciación. Los héroes suelen provenir de ámbitos muy distintos, así que se introducen de forma aislada, mientras que su descripción suele ser esquemática: una reina se casa con un pastor, la Cenicienta se casa con el príncipe, etc. Estas inmensas contradicciones de los cuentos, los regalos maravillados y los horrendos castigos, los buenos y los malos, los gigantes y los enanos, contribuyen a establecer el orden en el mundo cuentista.
El orden se presenta respaldado además por la repetición, incluso de episodios enteros dentro del mismo cuento, y por la llamada regla del tres: tres hermanas, tres monstruos, o sus múltiplos: nueve, doce hermanos, etc. que dan un carácter ritual en la narración e intensifican la austeridad del cuento y por consiguiente la concentración de su público (…)
Sobre los viajes aventurosos que suelen emprender los héroes, hay que decir que es uno de los leit motiv más frecuentes. El personaje errante llega siempre muy lejos, hasta al fondo del mar, o al cielo o al fin del mundo, usando cualquier pretexto para su viaje. Se mueve libremente y en solitario obrando como debe de una manera inconsciente y con la seguridad de un sonámbulo. Los elementos cósmicos aparecen siempre favorables para él y la convicción sobre su camino es absoluta. De este modo, los cuentos son la expresión poética de la confianza que tiene el protagonista hacia un mundo que no ha perdido su sentido para el hombre. Esta peregrinación del héroe parece revelar y expresar la característica más poderosa de los cuentos: su propia peregrinación entre las diversas culturas usando como herramienta su lenguaje mitológico y engañoso.
A pesar de este consuelo que los cuentos ofrecen a sus oyentes, han sido considerados tradicionalmente por la élite cultural del ámbito griego como un género inferior. En los tiempos bizantinos aparte de la subestimación hacia los cuentos, había además un miedo por sus consecuencias pedagógicas en relación con los mitos de los griegos clásicos, los cuales influyen en las narraciones cuentistas desde el siglo IV d.C. Es significativo que los padres de la Iglesia Ortodoxa sintieran una evidente inquietud por las historias que las nodrizas solían contar  a los niños antes de dormir. En muchos santorales se menciona que a éstos les era prohibido escuchar cuentos “sobre monstruos de oro” (…)   
En relación con su carácter nacional, cabe destacar que mientras la cuentística griega pertenece a la gran familia narrativa que se extiende desde Europa hasta las Indias, pasando por el sur de África, mantiene sus características especiales que son indudablemente, si no exclusivamente griegos, mediterráneos o balcánicos. Es sorprendente la similitud entre los cuentos helenos y los cuentos de Albania, Bulgaria, Serbia, Turquía, Rumania, Sicilia y los de algunas regiones árabes (…)
El ambiente social dentro del cual se desarrolla la narración es en la mayoría de los casos el pueblo, ya sea en la montaña, en el campo, o en las islas de Egeo. Los héroes y las heroínas pertenecen al mundo rural y a menudo son muy pobres. Aún así, al lado de ellos siempre encontraremos palacios de cristal y riquezas, reyes y príncipes, pero la impresión que da el conjunto de las versiones cuentistas es que se trata más bien de ricos comerciantes, ganaderos o agricultores y que la palabra rey tiene un sentido simbólico. En general, el tema de la pobreza está muy presente y aporta el pretexto ideal para tejer las tramas. Cuando el narrador quiere por ejemplo hablar de una escena nocturna, la penuria de los protagonistas le abre el paso: tres mujeres hilan durante toda la noche por un mendrugo de pan, ésta es la introducción al cuento de la Cenicienta. Sin embargo, la pobreza puede llevar más lejos a los héroes, ya que muchas veces, tanto entre pobres, como entre ricos, la sensación del hambre constituye la inserción al mito de un motivo canibalista (…)
Ana Agelopoulou, París, marzo de 1990

En la colección presente cada volumen trata un tema mitológico diferente. Éste primer libro que tienen entre sus manos está dedicado a las heroínas de las narraciones populares, las hijas de los cuentos (gr. παραμυθοκόρες). Otros títulos dedicados al canibalismo, los viajes azarosos, los monstruos o el incesto, seguirán completando la antología.








Ana Agelopoulou nació en Tesalónica el 1951, donde estudió filología griega. Desde el 1975 vive y trabaja en Paris. Es antropóloga social y doctora en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (École des hautes études en sciences sociales). Ha publicado varios libros.                
          
            
              

 Los dos hermanos






Érase una vez dos hermanos, uno rico y el otro pobre. El rico no tenía hijos, mientras que la mujer del pobre se murió y le dejó una niña.
La niña creció y para entretenerse plantaba flores y las cuidaba. Su tío le tenía envidia y un día dejó su burro libre dentro del jardín y se comió todas las flores. Cuando la chica vio sus flores arrancadas, se entristeció y se puso a plantarles de nuevo. Cuando las flores crecieron, la chica entró dentro de la casa y se escondió para ver quién se las arrancaba. Su tío, en cuanto vio que las flores habían crecido otra vez, soltó su burro en el jardín y éste se las comió. La chica entonces se enfadó mucho y fue al rey para denunciarle.
Cuando el rey llamó al padre y al hermano para interrogarles, dijo el hermano pobre:
“Mi rey, mi hija denunció a mi hermano porque su animal le arrancaba sus flores”. El rey les puso entonces un acertijo. “A quién lo resuelva lo declararé inocente”, dijo.
¿Cuál es la cosa más gorda del mundo? 
El padre de la chica volvió a casa muy triste. Cuando lo vio su hija le preguntó: “¿Qué te pasa padre mío, qué te dijo el rey?”, “Ah, hija mía”, le dice el padre, “me has abierto gran herida, ¿cómo vamos a resolver lo que dijo el rey?”
“No te preocupes por eso, padre, yo resolveré el acertijo. Escucha, la cosa más gorda del mundo es la tierra”.
El día siguiente los dos hermanos se levantaron y se dirigieron al rey. El hermano rico habló primero. “Tengo una oca mi rey, que no hay cosa en el mundo más gorda que ella”. A continuación dice el pobre: “Yo sé que la tierra es la cosa más gorda del mundo”. El rey se quedó extrañado y preguntó: “¿Y tú cómo sabes tal cosa?” “Me lo dijo mi hija, mi rey” “Dile a tu hija, pues, que coja estos cien huevos y que me traiga, hasta mañana por la mañana, cien polluelos”.
El padre volvió a su casa muerto de pena. “¿Qué vamos a hacer con estos huevos, hija mía, cómo es posible que salgan cien polluelos hasta mañana?” La hija sonrió. Cogió los huevos, los frió y se los comieron de cena. Al día siguiente llenó de trigo el pañuelo donde venían los huevos y le dijo a su padre: “Dile al rey que tu hija le manda este trigo para que lo siembre, lo segue y lo trille hasta mañana, para que podamos dar de comer a los polluelos y entregárselos comidos”.
Extrañado de nuevo el rey le dijo al hombre: “Que venga aquí tu hija y que esté a caballo, pero que no lo esté, que traiga un obsequio, que obsequio no sea, que esté vestida, pero que no lo esté”. La hija se levantó por la mañana y se arregló para ir a palacio. En el camino encontró una codorniz y una liebre, los llevó con ella y continuó. Cuando estaba fuera de palacio se montó en la liebre. Salió el rey para verla y ella le dijo: “Mi rey, soy la hija del pobre”, y en seguida dio una patada a la liebre y desapareció. “Vine a caballo, y a caballo no estoy, y aquí está tu regalo- mientras la codorniz volaba escapando-que regalo no es, vestida estoy con una red, y sin ropa estoy”. El rey le dijo que subiera a palacio. La llevaron a bañarla y vestirla y después la llevaron ante el rey. Él dijo: “Serás mi esposa, pero si se presenta alguna disputa, seré yo el que la resuelva, no tú”. Ella aceptó y se casó con el rey.
Una mañana escuchó voces bajo de su ventana. Dos mujeres se peleaban por una mulita, cada una diciendo que era suya. La reina bajó a ver qué ocurría y preguntó a las mujeres por qué reñían. Una de las dos dijo: “Até mi yegua en la tierra de mi vecina y cuando volví  a recogerla sobre el mediodía, había dado a luz y ésta mujer quiere robarme la mulita porque dice que nació en su tierra”. La reina decidió entonces poner a un lado de la tierra la yegua, y al otro lado la mulita para ver hacia dónde iría la mulita. La mulita fue hacía su madre, así que la mujer que tenía la yegua, debía tener también la mulita. La cogió y se fue.
El rey se enteró de lo que pasó y decidió separarse de la reina porque había roto su acuerdo. La reina aceptó pero antes pidió que se diera un gran banquete como el que dieron cuando se casaron. Cuando estaban comiendo, el rey le dijo a la reina que cogiera todo lo que quisiera de palacio. A ella no le gustaba nada y por eso decidió llevarse al rey, al que antes había hipnotizado. Prepararon un coche y se fueron para la casa de la reina, sin que el rey se diera cuenta.
La mañana siguiente cuando él se despertó, vio que estaba en la choza de su mujer. La reina le explicó que sólo su marido, el rey, le gustaba entre todo lo que había en el palacio. Él la perdonó y le dijo: “Tú estás hecha para mí”, y vivieron felices para siempre.                     

Narración: Chrisoula Georgakopoulou, 35 años el 1959. Orígen: Tracia oriental  



Gianos y Maro




Érase una vez un padre y una madre que tenían dos hijos, Gianos y Maro. Un día, el padre trajo a su mujer dos golondrinas para cocinarlas. Ella se despistó y una de las dos golondrinas la cazó una gata. Para que no se enfadara su marido al mediodía, la mujer se vio obligada a cortarse uno de sus pechos. Mientras el hombre comía, se dio cuenta de que esta carne no era de la golondrina, así que la mujer le confesó lo que había hecho. Entre los dos decidieron, pues, cebar al pequeño Gianos y matarlo para comerlo. 
Cuando ellos llevaban nueces y pasteles al pequeño Gianos para que engordara, Maro, que les había escuchado, le decía:
“Gianito dame una nuececita y te cantaré una cancioncita”. Y Gianos se quejaba: “Mamá, Maro me molesta”. “Deja al niño tranquilo”, decía la madre, pero Maro insistía. Hasta que un día Maro tuvo que confesar a su hermano que le cebaban para matarle y que por eso debían fugarse aquella misma noche llevando con ellos un jabón, una púa y un peine. Y así se hizo.
Después de un rato, la madre fue a buscarlos y en cuanto se dio cuenta de que se habían ido, exclamó: “¡La bruja de mi hija, lo que me hizo!”. Y se puso a correr para atraparlos. Pero cuando Gianos la vio acercarse le dijo a Maro: “Nuestra madre viene, echemos el peine”. Y lo echaron y creció de inmediato un arbusto espinoso muy grande, y así los niños pudieron proseguir. La madre pasó el arbusto también, llegando casi a cogerlos. Echaron, pues, la púa y apareció de nuevo otro arbusto espinoso aún más grande. Y los niños siguieron. Sin embargo, la madre consiguió pasar el segundo arbusto. Cuando ya vieron que estaba a punto de alcanzarlos echaron el jabón y entonces se hizo un lago. Gianos le dice a Maro: “Tengo sed, beberé del lago”. “No”, responde ella, “no puedes beber porque te convertirás en ciervo”. Pero el niño no podía aguantarse más, bebió y se convirtió en un hermoso ciervo. Maro lo cogió en sus brazos y siguió su camino. Cuando llegaron a la ciudad se sentaron a los pies del palacio y alguien que salía los vio y se lo dijo al rey, el cual ordenó que se presentaran ante él.
Cuando fueron a decírselo a Maro, ella no quiso porque el ciervo ensuciaría el palacio. Sin embargo, los guardas del rey les hicieron entrar y el rey en cuanto la vio se enamoró y se casó con ella.
Tiempo después apareció la madre, desollada y en harapos por las espinas, como si fuera una gitana. Un día que Maro bajaba hasta la fuente para coger agua, su madre la vio y después de desvestirla, le puso su ropa y encerró a la chica en una fosa que selló con una piedra. Después, se puso la ropa de su hija y se fue hacia al palacio. El rey le dice: “¿Cómo te has puesto así Maro?”. Ella responde: “A causa de unas gitanas brujas que estaban fuera. Me recuperé sólo si matamos al ciervo”. “Pero, ¿cómo vamos a matar al ciervo”, dice “al que tanto amas?”, “Es que si no como el ciervo, no me pondré bien”, le dice ella. Así, pues, el rey tuvo que ordenar que mataran al ciervo.
Pero, cuando el cocinero empezó a afilar sus cuchillos para cortarlo, el ciervecito gritó: “Marita, hermanita, por mí se afilan los cuchillos y las espadas”. Entonces, una voz le respondió: “¿Qué puedo hacer yo hermanito mío, que estoy encerrada y con la piedra sellada?” Cuando lo había repetido tres veces, el rey ordenó que bajaran a ver qué había en la fuente. Así se hizo y encontraron a Maro. La rescataron y ella les contó qué había pasado.
El rey preguntó a la madre de Maro: “¿Qué les hacen a los que separan las parejas?” “Los cortan en pedazos y los echan a los perros”, dijo ella.
Y  la cortaron en pedacitos y la tiraron a los perros. Y vivieron felices y comieron perdices.    


Narración: Una anciana de Patras. Cuento registrado en 1957, no 404- Archivo de la Sociedad de Tradiciones Populares de G. Megas.        
 



La hija que amamantaba a su padre





Érase una vez, un rey. Aquel rey tenía un hermano mayor que estaba casado y tenía una hija muy inteligente y hermosa como un ángel.  Hubo una época en que el demonio entró en la cabeza del rey y él empezó a creer que su hermano mayor intentaba matarle y arrebatarle la corona. Y como este malo pensamiento entró y no salía de su cabeza, ordenó a sus soldados que cogiesen a su pobre hermano y que le echasen a un oscuro sótano sin pan, ni agua, hasta que se muriera de hambre. Así lo ordenó y así se hizo y echaron al hermano a una celda tan tenebrosa que no venía ni dónde pisaba.
La hija, en cuanto vio que encarcelaban a su padre sin razón, presintió en seguida que algo malo tramaba el rey e intentó por todos los medios averiguar lo que pasaba. Supo, pues, que el rey había decidido dejar a su padre morir en la prisión. Se dirigió rápidamente al rey y le suplicó: “Señor y rey, un favor sólo le pido que me haga, que me deje ver a mi padre en la celda dos veces al día”.
El rey que no vio cómo eso podía perjudicarlo, le dio permiso, pero ordenó a sus soldados que le registraran cada vez al entrar en la cárcel, por si llevaba pan u otra comida a su padre, que se hiciera un agujero en la pared para que se vieran a través de éste el padre y su hija.
La muchachita al ver que consiguió salvar a su padre de la muerte, fue a ducharse y a arreglarse, le bajó la leche de sus pechos y se fue a ver a su padre en la cárcel. Puso su teta por el agujero y le dijo que se amamantara. Así hacía cada día y su padre no necesitaba más alimento.
El rey, como ya pasaba el tiempo y su hermano no moría, sospechó que su sobrina habría hecho alguna brujería para dar de comer a su padre. Ordenó, pues, a sus guardas que no dejasen a la hija entrar a ver a su hermano, bajo ningún pretexto.
La hija, en cuanto supo que el rey le prohibió ver a su padre, casi se muere de la pena, porque veía que nada bastaba para salvarlo y que pronto moriría de hambre.
Mientras paseaba por los alrededores de la cuidad vio a un herrador que intentaba rajar una mula muerta. “Hola”, le dice “¿qué estás haciendo buen hombre?”, “Hija mía”, le responde “yo soy un hombre pobre y ayer se me murió esta mula que estaba a punto de dar luz, así que estoy intentando sacarle el borriquito que tiene dentro y despellejarle para poder vender su pellejo  y sacar algo de dinero para comprarme otra”. “Pero”, dice ella, “¿saldrá el borriquito vivo?”
“¿Ves aquel burrito que corre como si fuera un ciervo?  Del mismo modo lo saqué de la vientre de su madre hace cuatro años”.
La muchachita que era muy inteligente se volvió loca de felicidad cuando lo escuchó, porque se le había ocurrido un argucia para rescatar a su padre. Dio entonces cien monedas de oro al herrador y cogió el caballito y el pellejo de la mula y los llevó como regalo al rey, el caballito para que lo montara y la piel para que durmiera encima de ella, pidiendo como favor que la dejase el rey ir a ver a su padre. El rey, viendo el caballito tan hermoso, le dio permiso.
Un día que el rey estaba paseando con este caballito se encontró con la muchacha, la cual cogió el caballito de la rienda y dijo al rey: “Sentado estás en un nonato y durmiendo encima de su madre”.
El rey no pudo entender estas palabras y suplicó a la muchacha que se las explicase. Entonces ella le dijo: “Mi rey, te resolveré el misterio de estas palabras si me devuelves mi hijo, el marido de mi madre. Y si me lo devuelves se convertirá en mi padre, y si no, permanecerá como hijo mío”.
El rey se quedó más confundido aún y le dijo que le haría cualquier favor si le descifraba estas palabras. Entonces ella le pidió que liberase a su padre que le tenía encerrado sin razón tanto tiempo. El rey, no pudiendo romper su promesa, lo liberó y ella se sentó y le conto qué significaban aquellas palabras y toda la historia.
El rey se quedó asombrado por su inteligencia y se arrepintió de haber encarcelado a su hermano. Se dio cuenta de que todo lo que le habían dicho eran mentiras y maldades.
Así vivieron todos felices y comieron perdices. 

Versión de Peloponeso, N.G. Politis, Cuentos Neogriegos, volumen I, 1870, 40-43. Reedición por D. Loukatos, Textos Tradicionales Neogriegos. Traducción al francés por E. Legrand, Recueil des contes populaires grecs, 1881.
                       







Todas las imágenes son obras del pintor griego Alekos Fassianos



Cuentos griegos II








En el libro que se presenta justo debajo de éstas líneas, los cuentos griegos son narrados en "versión mini". Dicho de otro modo, tienen pinta de micro- ficciones, pequeñas y curiosas anékdotas que salen (como siempre) del ajuar de la memoria, de tiempos pasados, de bocas arrugadas y dan su propia explicación sobre el porqué una piedra tiene forma de rostro humano, quién se comió a la niña, cómo murió la vieja, dónde está metido el lobo, o quién gruñe por las noches si no es el viento...

Al final de cada cuento, la resolución, como catarsis, viene siempre de la misma manera: la conversión de los héroes en piedras. Se petrifican los que quieren escapar de su destino, los que aman demasiado, los que odian, los que corren, los negligentes, los confiados, todos los que sin darse cuenta están en boca del cuento.


Dicen que son cuentos para niños, pero yo no estoy muy segura... 




La barcapiedra


Cuentos infantiles basados en tradiciones neo helenas


  
Fecha de publicación: 03/2010
Dimensiones: 13,6 x 16,3
Páginas: 96

Precio: 11,00


                          

Selección, traducción de cuentos: Anastasia Angeli



Las piedras narran historias  


¿Quién dijo que las piedras son mudas?
¿No te ha pasado alguna vez, en algunos lugares, decir en voz alta una palabra y que vuelva hacía ti su eco? ¿De quién es esa voz?
Es de la piedra. Tu voz chocó contra ella y ella gimió y te respondió con su propia voz.
Pero, no me refiero a eso.
Me refiero a aquellas rocas o cantones donde uno se sienta y los contempla. Y según la luz, ves poco a poco cómo en su superficie escabrosa se forman personas, animales, batallas… cuentos enteros que te va narrando la piedra.
Si paras a escuchar, ella seguirá narrando porque de tantos años que lleva allí el sol, que pasó tantas veces por encima de ella, le contó qué había visto calentando otros lugares. Los vientos le aullaron sus propias pasiones, la lluvia y el granizo le empaparon con sus fuerzas…
Todo eso y mucho más la piedra lo guardó como su secreto.
Así que hay que escuchar con atención, porque ya sabes, los secretos no se dicen, se susurran.

Agni Stroubouli
Febrero de 2010       





Vergelís

Érase una vez un pastor joven, un muchacho que se llamaba Vergelís.
Como robaba los animales de otros quedó petrificado y está ahí, en las rocas. Y cualquier voz que escucha la repite.
Los pastores que por allí pasan en las mañanas le saludan:
-          ¡Buenos días!
Y entonces una voz les contesta:
-          ¡buenos…!
Es la voz de Vergelís que les responde.

La Barcapiedra 



Había una isla rocosa y desierta, la Barcapiedra.
Ésta fue una vez una de las goletas más grandes del mundo y tan rápida, que dejaba atrás todos los otros barcos. Como capitán tenía una nereida que por culpa de su gran vanidad dejó de existir. No le bastaba con que fuera la primera en el mar, sino que quería ser la primera en el cielo. Así, se puso a competir con la luna y juró: ¡O adelantaré la luna o que desaparezca!
Y una noche, después de preparar su barca, la nereida le dice a la luna:
-          ¡Ven y ya veremos quién será hoy la dueña del mar!
La luna iba por su camino tranquilamente y la nereida se esforzaba en alcanzarla. Durante tres días y tres noches luchó hasta que vio sus blancas velas convertirse en trapos. Furiosa y avergonzada, empezó a blasfemar y a maldecir contra su madre. Entonces, una gran tormenta se desató y un rayo petrificó la barca.
Si por casualidad te acercas allí y pones el oído en un agujero que hay en el medio de la Barcapiedra, escucharás algo como voces, llantos.
Allí dicen que estaba la alcoba de la nereida.
Muchos barcos, cuando por ahí pasan en la noche y hay tempestad, ven frente a la proa una gran luz roja titilar. Y hay algunos ingenuos que ven, además, a una mujer vestida de blanco, que sostiene esta luz en su mano derecha.   

  La volandera

Una vez una novia dejó su pueblo y, acompañada por sus suegros, cogió con ella todo el ajuar de su casa quedando vacía.
Junto con ellos iba también la madre de la novia. Después de andar un rato dice la novia a su madre:
-          Madre, se nos olvidó la volandera [piedra redonda y lisa donde molían la sal]
A la madre le sentaron mal estas palabras y dijo:
-          Lo que te faltaba hija mía, lo que te faltaba era la volandera. Que os convirtáis en volanderas tú y tus suegros.
Y en un santiamén se convirtieron todos en volanderas.

El Caballo

Una vez un cantero cogió una piedra grande y se puso a trabajarla.
Un niño fue y se sentó al lado de él y le observaba…
Unos meses después, el hombre había terminado la escultura de un caballo.
Y el niño preguntó entonces:
-          ¿Cómo sabías que dentro de la piedra había un caballo?

Flandró



En el tiempo de los antiguos griegos, había una joven de familia noble que se llamaba Flandró. Flandró significa mujer que ama a su marido. Así la llamaron y así salió ella, queriendo con toda su alma a su esposo, tanto que abandonó los dones de este mundo para convertirse en piedra.
En aquella época había un capitán, un hermoso muchacho que se enamoró de Flandró y le pidió la mano.
Nada más comprometerse él construyó un nuevo barco. Cuando lo tuvo acabado se celebraron las bodas y después él se embarcó en un viaje.
Flandró fue a contemplar el mar y se le partía el alma viendo a su marido partir. No podía soportarlo, no podía consolar su corazón. Contempló el barco que se alejaba,  lloró amargamente y sus lágrimas cayeron en las olas. Las olas quedaron envenenadas,  enfadáronse y aviváronse y cuando encontraron el barco ahogaron al marido de Flandró y él no pudo regresar jamás.
Flandró fue una y otra vez hasta aquella orilla solitaria mirando y oteando.
Pasaron los meses, pasó un año, dos años, tres y el barco no aparecía.
Flandró lloró y maldijo al mar y sus ojos se secaron hasta que no tuvo ya más lágrimas para derramar. Rogó entonces a dios que le convirtiera en piedra. Su súplica fue escuchada y dios la convirtió en una roca de forma humana que las olas frotaron después de miles de años.
Sin embargo, la forma humana todavía se ve y cuando las olas suenan y se rompen, la voz de ella y sus gemidos se mezclan con el gemido del mar.      
Después, tras muchos años, una cristiana de noble linaje cuyos hijos habían construido dos barcos, prometió a la Virgen levantar allí una ermita para que protegiera a sus hijos cuando partieran de viaje.
Y así, aquélla ermita santificó y trajo la calma en las olas furiosas que habían sido la maldición de éste mar.  
       

La mujer piedra

Erase una vez, hace muchos años, una muchacha hermosa que vivía en una casita solitaria al final del pueblo.
Todo el día estaba trabajando remangada: amasaba, horneaba y limpiaba cada mañana toda la casa porque le avergonzaban mucho la suciedad y el desorden.
Un día se despertó a la hora en la que sale el sol y quiso prepararse para limpiar y lavar, pero aquella mañana sentía en su corazón un gran peso como si fuera a pasarle algo malo. Queriendo tomar un poco de aire, cogió su rueca y se sentó debajo de una sombra para enrollar un poco de hilo que tenía. Nada más sentarse, escucha un ruido detrás de ella, y gira la cabeza:
Desde el interior de los árboles vio aparecer un salvaje dragón de patas largas que se movía lentamente para abalanzarse sobre ella.
En cuanto le vio, la muchacha lanzó un grito que se escuchó hasta en el pueblo. Pero quién iba a ayudarle, si todos tenían miedo. Llantos cubrieron el pueblo, las mujeres corrían y se tiraban de los pelos y sangraban sus mejillas porque sabían el dicho según el cual si te quedas mirando la casa de tu vecino ardiendo, prepárate porque el fuego vendrá hacía la tuya.   
Aún así, la joven muchacha no se atemorizó, sino que tiró la rueca, se levantó rápidamente y se echó a correr. Sin embargo, cuando sentía tras ella al dragón persiguiéndola se paralizaba del miedo y no tenía fuerza para correr. Se esforzó y corrió todo lo que pudo, pero al final jadeó y paró un poco para tomar aliento. Entonces, en dos saltos, el dragón de  patas largas la alcanza pero antes de que le diera tiempo a poner sus manos encima de ella, dice la muchacha a dios:
-          Mejor que me convierta en piedra, dios mío, a que me coja él viva.
Y nada más pisar al suelo se convirtió en piedra.
Hoy día, aunque hayan pasado innumerables años, la piedra puede convertirse en muchacha si aparecen tres Marías y tejen en un solo día una tela y se la echan encima.
La mujer piedra se convertirá entonces en joven chica.  


La mujer petrificada



En un pueblo vivían una vez dos hermanas, una rica, la otra pobre, y tenían cada una dos hijos.
La pobre trabajaba en la casa de la rica y ella y sus hijos vivían de lo que sobraba en la amasera. Todo lo que iba sobrando mientras amasaba, ella lo cogía y lo hacía empanada, lo horneaba y lo comían.
Los hijos de la rica que tenían todo lo mejor de este mundo, eran flacos y desgraciados, mientras los hijos de la pobre crecían y se ponían fuertes.
La rica tenía envidia de su hermana y un día le preguntó cómo era eso posible. Tras escuchar que ella les daba de comer de los restos de la amasera, le prohibió volver a hacerlo.
La pobre se quedó tres días sin comer porque nadie en el pueblo se apenaba por ella para ayudarle.
Al final, para hacer que sus hijos se olvidaran de su hambre, cogió estiércol de vacas y los amasó en una hogaza y la puso en el horno para cocinarla.
Viene entonces un ángel y se presenta delante de ella como un forastero y le pide un trozo de pan. Ella dice:
-          No es pan, es estiércol de vaca.
-          No importa, dice él, dame de lo que tienes.
Fue entonces a sacarlo del fuego y ve ¡que es una hogaza redonda de pan! Se sentaron, pues, a comer. Dice el forastero:
-          Vete a traer un poco de vino del barril.

La mujer no contradijo, solo corrió hasta el barril y lo encontró en efecto lleno de vino.
Coge entonces la pobre a sus hijos y se arrodillaron ante el forastero.
Dice él:
-          Coge el pan, el vino y tus hijos y sal del pueblo porque se va a inundar y se convertirá en lago. 

La mujer empezó a llorar pero el forastero le dijo que no se demorara, que se fuera y que no volviese a mirar

a atrás sin importar lo que escuchara.Sin embargo, ella compadecía a su hermana y volvió a avisarle junto con 

otros parientes suyos para salvarse. Pero al instante se quedó petrificada junto con sus hijos. Uno lo tiene en 

su hombro y el otro lo coge de la mano.



Las imágenes son obras del pintor griego Giorgos Stathopoulos.